Escribo esta reseña desde una cafetería cualquiera, el café listo y el último poema leído, con el tacto del papel que sigue en las yemas y el verso final que aún reverbera en mis labios, «al anochecer: la melancolía» (pág. 73, La melancolía).

Y me planteo qué he leído, qué palabras han dado forma y volumen a mis ojos durante un tiempo finito, quizá dos horas, del papel, y que cobra tras su lectura un aire sempiterno en la atmósfera lograda, en el sabor agridulce que deja.

«Nada para recrear la vista. Algo sólo para sentir» (pág. 16) escribirá Karmelo C. Iribarren en un poema del inicio, El arte y yo. Y ciertamente, esto es Haciendo planes, editado por Renacimiento: un escenario donde predominan las sensaciones; un escenario de nostalgia que tiene como decorado una cadencia lenta, sinuosa, de versos, que van languideciendo; los bares; cafeterías; calles adoquinadas; farolas, y el agua que cae en forma de lluvia persistente, en ningún momento convertida en tromba, sino como un fondo en tus ojos, agua de mar, agua en forma de lágrimas. Da igual cómo, pero siempre el agua como cordón umbilical entre pasado, presente y futuro, de la misma manera que el ventanal desde donde escribo, donde resbala la lluvia y transforma las personas de fuera.

Un poemario que está siempre observando, en el que el tiempo pasa.

Pero, ¿qué es lo que causa la nostalgia?: el amor, un amor pasado que se fue y que le dejó «haciendo planes».

No desistas si al principio notas una carga, si sientes cómo los poemas, el papel, tus manos, tu boca, se van humedeciendo y enfriando. Por momentos quedarás plano, sin saber qué sentir, pero pronto el poeta remonta y nos vuelve a hacer sentir y podrás leer un buen puñado de versos, como «La vida tiene que ser, por fuerza, otra cosa, / estar en otra parte, más allá / de esa lluvia que no deja de caer ahí fuera, / que no deja de caer aquí dentro…» (pág. 58, La vida tiene que ser otra cosa), o «a través / de la estepa nevada del folio, / hileras de palabras, imparables, avanzan, / por verte, una vez más aquella tarde / sonreír». (Pág. 65, Hacia un poema de amor).

Y como la lluvia, es casi más importante lo que se calla, lo que se da a entender, que lo que se lee, es más importante el después, cuando la lluvia ha finalizado y ha transformado todo su alrededor, así se comportan estos poemas.

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