No evites leer este libro por muy doloroso que te pueda resultar, porque no lo vamos a negar, este libro pincha (¡y tanto!), cada poema es como una espina, que nos hace enfrentarnos a nuestro yo del mañana, al mañana de tus seres queridos y por esto encontrarás continuas referencias a la vejez, al deterioro del cuerpo y la mente, pero hallarás también ternura y la inocencia y la alegría del juego revivido.
María Sotomayor hace que las palabras se expandan y se acompasen al ritmo de los árboles y que se enreden con la memoria, la herencia y el acto de vivir, es un acompasar lento, una vida a veces en espera que crece año a año en los bosques, en el agua, en los peces, en el recuerdo, en la enfermedad, en la caca y finalmente en la muerte.
A lo largo de todo el libro hallarás un fino hilo conductor, o mejor dicho, una raíz que se irá haciendo cada vez más fuerte y que conectará varias generaciones de mujeres que se apoyan la una en la otra. Es interesante ver cómo María Sotomayor es capaz de transmitir los diferentes “papeles” que representa una sola mujer al mismo tiempo, la flexibilidad de su cuerpo y mente, siendo abuela-madre-hija o madre-hija-nieta.
Y todo esto nos lo cuenta de una manera delicada, repleta de detalles cotidianos, de platas, de pequeños poemas, los cuales algunos rozan la fábula y el encantamiento, y es una poesía muy visual, plástica, pictórica, que podrías rozar con la yema de tus dedos. Y te preguntarás, ¿qué tiene este poemario de diferente con otros que también hablan sobre la vejez, la enfermedad, la muerte? La diferencia está en la manera de mostrárnoslo, que podría decirse de influencia barroca, instante en el cual nos empezaron a mostrar mendigos, niños hambrientos, heridas. María Sotomayor no huye de lo feo y de lo que nos puede dar incluso asco, no se gira ni tapa nada, sino que lo incluye y hace que todos comprendamos y aceptemos que existe.
Con este libro aprenderás la paciencia de los árboles y que “Tienes el sabor de los ojos cuando se cierran/ un viento tranquilo en las manos/ que habla todavía de niñas grandes/ masticando los tallos y sonrojando la flor” (página 11, “La paciencia de los árboles” María Sotomayor, Le Tour 1987).