El pasado domingo (escribo este artículo el martes 25 de junio), pasé una gran noche de San Juan donde contemplé una hoguera altísima e hipnótica, entonces, uní en mi cabeza dos palabras: fuego y poema. Pero no lo hice por esa asociación trillada de la pasión por la poesía o la pasión que se transmite en un poema. Sino porque me fijé (yo misma lo viví) en cómo todos nos quedamos atrapados en ese fuego y no fue por un momento, sino que nos mantuvimos inmóviles, con una respiración sostenida, y los minutos pasaban, nuestra mente y nuestro cuerpo estaban en otro lugar, en el lugar que se había creado justo en el momento en el que se prendió la hoguera. Ya no somos aquellos seres humanos de la prehistoria que aún no sabían por qué se creaba el fuego, nosotros conocemos toda la ciencia que hay detrás y, aun así, allí estábamos, sin ser capaces de movernos, embobados y maravillados.
Entonces me pregunté por qué ocurría esto y pensé en por qué ocurre también esto con un poema.
Cuando te preguntas ¿cómo sé si está bien mi poema?, lo que quieres es, en realidad, que tu poema sea esa hoguera y que sea un ente autónomo que respira, que te meta por completo en su mundo y que no haya nada que te saque, que no se sienta que podían haberse puesto otras palabras cualquiera y en otra posición y que no se alteraría nada, que te vaya llevando a donde quiere con un propósito.
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¿Cómo sé si está bien mi poema?
Una vez aclarado qué es lo que queremos en realidad de nuestro poema, y siguiendo con la imagen de la hoguera, lo que ha pasado es que se ha producido un cambio de sentido y una reiteración y que persigue un fin. Me explico: con la hoguera ocurre que lo que antes era un montículo de madera y papel ahora es fuego, ha habido un cambio, y se nos sigue recordando que es fuego por el calor que emite, los chasquidos al quebrarse la madera y las pavesas, ese rojo que vuela en el negro de la noche y luego cae en el suelo, donde ya es ceniza, ahí está la reiteración y el propósito es quemar lo malo, alejarlo, alejar los meigallos, como te dirían desde Vigo (Galicia), desde donde escribo.
Lo mismo ocurre con un poema, que significa, que respira de manera autónoma gracias a que ha conseguido crear todo ese mundo en el que cada elemento va en una misma dirección, persigue transmitir unas sensaciones, un propósito (que podría ser el tema o la motivación).
Así, en un poema, siempre se da algún tipo de transformación, de cambio porque el lector nunca había visto esa asociación de palabras, de sintaxis, de sonidos… y está esperando a saber dónde le van a llevar y a través de esas asociaciones que van a incidir y a reiterarse es lo que va a ayudar a ver (sentir) que es ahí a donde debe llegar (esto el cerebro lo hace de manera automática, instintiva y, cuando llega al último verso, se crea una idea general, si ha notado que algo no encajaba, te lo va a decir).
Ahora una breve pausa para una cita de la Premio Nobel de Literatura Wislawa Szymborska del libro Correo literario editado por Nórdica (p. 91).
En un poema se trata siempre de que se tenga la impresión de que esas palabras y no otras llevan siglos esperando a encontrarse para construir un único todo indisoluble a partir de ese momento.
No hay fórmulas mágicas ni plantillas
No, no hay fórmulas mágicas ni plantillas, pero eso es lo que te permite ser único. Entonces, te seguirás preguntando ¿cómo sé si está bien mi poema? Lo que hay que entender son los mecanismos a través de los cuales un poema funciona, salta cual rana. Recuerda la cita que te he puesto de Wislawa Szymborska: «construir un único todo indisoluble a partir de ese momento».
¿Y cuáles son esos mecanismos?
- Conocer el propósito de ese poema (a veces, se tiene muy claro antes de escribir el poema y otras veces hay que escribir y verlo después). Con propósito me refiero al tema que se quiere tratar o los sentimientos e ideas que se quieren transmitir sobre lo que quieres hablar. Y desde qué perspectiva vas a tratarlo y si va a ser con calma, ansiedad, alegría, suavidad…
- Reiterar de una manera o de otra en ese propósito con los recursos lingüísticos y retóricos, como la métrica, el ritmo, la rima, los sonidos, la sintaxis, las imágenes poéticas, la intertextualidad, etc. No es que haya que valerse de todos, pero sí deben trabajar todos en una misma dirección. Si buscas transmitir calma, no puedes introducir de repente, solo porque te rima esa palabra o porque te gusta, un tornado, solo sería válido si quisieras mostrar un contraste.
- Que haya algún tipo de transformación y de movimiento emocional, que se complete el sentido del poema, que ese poema se pueda interpretar y para interpretar tiene que decir algo.
Un ejemplo práctico para que no parezca que te vendo la moto
Quizás te sea más sencillo entenderlo con un ejemplo, mira todo lo que dice el siguiente poema de Rosalía de Castro, que no da puntada sin hilo en este poema, en apariencia, muy sencillo (el poema pertenece a En las orillas del Sar).
Del rumor cadencioso de la onda
y el viento que muge;
del incierto reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle o a la cumbre;
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso del mundo sucumben.
Ahora imagínate que eres cirujano con un bisturí muy afilado y que vas a ir separando los órganos, podrás ver que hay un propósito, una reiteración, una transformación y un sentido.
Propósito o tema
Presentar una visión de la vida que a veces se nos hace cuesta arriba, pero con la tranquilidad de que en ese mundo hay lugares en los que refugiarse, así, hay una parte de calma y una parte de desasosiego.
Reiteración
Para hacer ver y que se perciba el propósito o tema, Rosalía ha usado diferentes recursos cuya misión es crear esa calma, ese desasosiego, introducirnos en esos mundos y mostrar ese peso al que sucumben las almas.
Lo hace, por un lado, a través de la isotopía fónica, ya que a lo largo del poema se repite el fonema /r/, que es muy sonoro, ¿por qué lo usa? Podríamos aventurar que es para que se note ese peso del que se habla o para llamarnos la atención sobre esos mundos que se nos presentan.
Por otro lado, gracias al paralelismo (anáfora) que se da al comenzar los versos por «del» hace también que nos fijemos y nos pongamos, por así decirse, en alerta, además de que nos facilita la comprensión, nos dice: te presento cuatro posibles mundos para refugiarte. A la vez, te das cuenta de que esos versos que se señalan con ese paralelismo son metáforas de «mundos» (metáfora del nombre de genitivo). Y esos mundos, como dan asilo, por lo que se supone que aportan calma y seguridad, observamos que en esos versos hay esticomitia (no se produce desajuste entre la pausa métrica y la sintáctica); sin embargo, en los tres últimos versos, donde, como hemos dicho, es donde se plantea el conflicto, se produce un desajuste entre la pausa métrica y sintáctica, se separan grupos de palabras que en el habla natural no se separan y ello lleva a sentirlo forzado, por tanto, hay un reflejo de la alteración emocional (ese no poder con el peso de la vida) en las pausas, lo que nos lleva, de nuevo, a esa reiteración, en ese señalar y resaltar (tenemos un enlace entre «asilo» y «las almas» y un encabalgamiento entre «peso» y «del mundo»).
Otro elemento importante son los campos semánticos, que vuelven a incidir en ese remanso en los primeros mundos y son a priori bastante inofensivos, como el del sonido: rumor, muge, piar; agua: onda, reflejo; arriba: viento, nube, ave, céfiro, cumbre; abajo: onda, selva, valle; además, fíjate en que no son palabras concepto, abstractas, sino que son visuales, palpables o que se pueden sentir físicamente, a diferencia de las de los tres últimos versos: alma, peso, sucumben, asilo.
Finalmente, merece señalarse la métrica y la rima. Rosalía se inspira en un tipo de serie no estrófica como es la silva, en concreto, la silva arromanzada, pero, como siempre, Rosalía ha roto algunas reglas, ya que ni es mezcla de versos de 11 y 7 sílabas, sino de 10 y 6 y lo de la rima en forma de romance lo respeta a medias y es, de nuevo, en los últimos tres versos donde se quiebra el patrón, observa que debería rimar «cumbre» con el verso donde aparece «peso» y, sin embargo, lo hace con «sucumben». Esto no es baladí y es otra forma de alteración emocional que contrasta con la calma inicial, a lo que podemos añadir que así nos llama la atención sobre las tres últimas palabras de los tres últimos versos: asilo, peso y sucumben, que concentran las tres palabras clave que nos llevan a extraer el tema del poema.
Transformación
El poema comienzas a leerlo algo dubitativo porque al principio no sabes a qué se refiere, solo ves que se repite «del» al inicio de algunos versos, que te transmite calma, pero nada más, estás a la expectativa y, cuando llegas a los últimos tres versos, todo empieza a encajar y comprendes una manera de ver la vida, otra manera, ahí está el cambio.
Te invito a empezar a analizar los poemas (tuyos y ajenos) de esta manera y te ayudará a ver qué encaja y qué no para preguntarte menos veces cómo sé si está bien mi poema y es también una manera de desarrollar tu voz, de encender esa hoguera de San Juan.
Espero haberte ayudado a ver un poco de manera más clara cómo construir tu poema para que transmita lo que tú quieres.
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Un abrazo,
Míriam
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